Que la primera derrota se produzca en la cuarta jornada relativiza bastante su importancia. En un campeonato que premia la regularidad obtener nueve de doce puntos posibles es sinónimo de gran logro. Si una media semejante o similar fuese viable en el largo plazo, estaríamos ante un éxito morrocotudo, algo impensable que incluso cuesta imaginar. Para entender lo que significa poseer nueve puntos a estas alturas, basta con fijarse en cuántos partidos necesitarán el resto de los equipos de la categoría para alcanzar dicha cantidad.

En todo caso, el 0-1 con el Alavés adquirirá trascendencia en función de cuáles sean los próximos resultados, empezando claro está por el que se registre el sábado que viene en Mestalla. Contabilizar dos jornadas seguidas aporta un material muy jugoso para el análisis, tanto que hasta surge la tentación de sacar conclusiones. Sucede además que en esta oportunidad todo se complica un poco o un mucho, ya se verá, a causa del compromiso correspondiente a la Champions entre semana. Mañana mismo San Mamés abre de nuevo sus puertas para recibir al temible Arsenal.

No ha faltado quien ha vinculado el tropiezo con el Alavés a la inminente visita del club londinense, una asociación que es mejor ni mentar porque si la presencia en Europa va a convertirse en un condicionante tan negativo en el comportamiento de los de Valverde, entonces más vale ponerse a temblar.

Es cierto que el año pasado, las citas de la Europa League pasaron su factura en los días posteriores, cuando tocaba partido de liga, pero tampoco ello impidió durante el otoño y el invierno que el Athletic se fuese asentando en la parte alta de la tabla. De acuerdo en que la Champions implica una exigencia superior, pero ello no constituye un secreto y por descontado que si el Arsenal gana en Bilbao será perfectamente asumible. Sería lo lógico, cabría añadir, de modo que no merece la pena mortificarse de antemano. Tampoco después.

Clasificación

Volviendo a lo vivido el sábado y admitido que el primer revés del Athletic no es preocupante desde la óptica clasificatoria, sí reclaman una reflexión los síntomas que transmitió el equipo sobre la hierba. En este contexto, referirse al estado de forma del grupo, de las individualidades que están acaparando la mayoría de los minutos, en clave negativa resulta incómodo porque hay nueve puntos en el casillero.

Durante la pretemporada fue todo lo contrario. Entonces los resultados fueron los que fueron y la imagen o el comportamiento general se veía refrendada en el marcador. El Athletic caía porque no lo hacía bien, se le notaba el déficit de rodaje y los adversarios, para decirlo todo, acaso fueron excesivamente duros de pelar para fechas tan avanzadas. Luego, una vez abierto el calendario oficial, los de Valverde continuaron sin exhibir sus virtudes, sin mostrar una versión convincente, en sintonía con lo que se espera de un conjunto que ingresó por derecho en el cuadro de honor de la denominada liga de las estrellas.

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Contra Sevilla, Rayo y Betis, a ratos al menos fueron fieles a sí mismos en aspectos defensivos, de control del rival o del tempo del juego, pero no en los vinculados a la creatividad y el remate. En esto último, dieron señales de vida de forma esporádica, inesperada en ocasiones, aunque con un alto grado de rentabilidad y la dosis de suerte que suelen gastar los conjuntos bien armados. En el feliz tramo (nueve puntos de nueve) apenas se aludió de refilón al escaso impacto de piezas cuya presencia no se cuestiona. Ya se sabe que el casillero a rebosar atenúa la crítica, se tiende a un juicio generoso que rebaja el valor de lo que se ve y lo fía todo a la eventualidad: no está o están finos, pero lo estará o estarán en breve y mientras, encima, vamos ganando.

Comentarios de esta índole desaparecen como por arte de magia tras asistir, por ejemplo, al derbi del otro día. A ver quién es el guapo que defiende o elabora una explicación aceptable para las aportaciones de Sancet, Iñaki Williams, Galarreta, Areso, Guruzeta o Maroan. Y no compareció Nico Williams, cuyas actuaciones iban a menos. Se estrenó enchufado, se diluyó y ha vuelto a la enfermería. Un caso el suyo que, conocido el cariz de la dolencia, tiene mala pinta.