Nacido en familia imperial, casado con Eugenia de Montijo, quien le dio vínculo, bien que leve, con la fortaleza de Arteaga y el derecho foral, Napoleón III, emperador gracias a una república, no estuvo nunca tan cerca de la escasez como con aquellas palabras, quizás una recomendación que él nunca sería capaz de poner en práctica: “La pobreza ya no será sediciosa cuando la riqueza no sea opresiva”, dijo el sobrino de Bonaparte. Era el siglo XIX. En el XX, John Fitzgerald Kennedy, quien tampoco había conocido precisamente la frugalidad en su familia, pretendió teorizar sobre la relación entre pobres y ricos, tal vez desde la voluntad y seguro que desde la ignorancia de la otra parte. “Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”, clamó JFK. Su casi contemporáneo George Orwell, visionario de tanto, no hizo ficción con las miserias de la sociedad que ya se construía hacia esta del XXI, caracterizada por la violencia del presente y la incertidumbre sobre el futuro. Lo dijo a su modo: “Lo característico de la vida actual no son la inseguridad y la crueldad, sino el desasosiego y la pobreza”. Ocho décadas después, uno de cada diez vascos está en riesgo de pobreza, en el Estado lo están uno de cada 5 ciudadanos y 9 de cada 100 padecen carencia material y social severa. Piensen: ¿Y en África, Asia, Latinoamérica...? Sí, respóndanse: inseguridad, crueldad, desasosiego.