VOLVIÓ a estar muy oportuno el lehendakari, Iñigo Urkullu, en el acto anual de reconocimientos de la Ertzaintza al pedir a la sociedad vasca que jamás olvide “la crueldad de ETA”. De entre las frases de su alocución hay una que, a poco que lo pensemos, es estremecedora. “Había gente que decidía quién vivía y quién no”, dijo Urkullu. Y no se refería a un pasado remoto, sino prácticamente a anteayer, al año 2010, que fue cuando la banda acabó con la vida del gendarme Jean-Serge Nèrin, que ha quedado en la historia como la última de sus casi mil víctimas mortales. Es decir, que muchas de esas personas que decidían a quién quitar de en medio y a quién no siguen entre nosotros, en la mayor parte de los casos, sin el menor remordimiento e, incluso, orgullosos de “haber cumplido con su deber”. En algunos casos, ocupan puestos de responsabilidad en la segunda fuerza política de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Algo que ocurre sin nada parecido a una reflexión ética autocrítica. Como tuvimos que escuchar no hace mucho en labios del candidato a lehendakari de la formación a la que me refiero, ETA fue “un ciclo político en este país que afortunadamente hemos dejado atrás”.

Y no solo no pasamos de ahí, sino que quienes, como el lehendakari Urkullu y un pequeño puñado de mujeres y hombres que no estamos dispuestos a tragar con la amnesia obligatoria, somos considerados tipos muy pelmas empeñados en “reabrir heridas”. No es extraño que sea la misma acusación que esgrimen al fondo a la derecha los que ahora hacen “leyes de concordia” que buscan tapar los crímenes del franquismo y el posfranquismo. Frente a unos y otros cultivadores de una memoria asimétrica a beneficio de obra, aunque sea incómodo y suponga recibir las agrias invectivas de ambas banderías, que son tal para cual, este servidor continuará reivindicando la memoria completa al margen de quiénes sean las víctimas y quiénes los victimarios. – Javier Vizcaíno