He visto a padres decir a sus propios hijos: Pero qué malo eres, pero ¿qué haces?, céntrala, tira a gol, ¿para qué le pasas? El crío muchas veces agacha la cabeza el pobre”. Lo cuenta Javi, padre de dos jugadores de infantil del Umore Ona de Usansolo, para dejar constancia de que en las gradas hay quienes escupen improperios, como cáscaras de pipas, en todas direcciones. La violencia verbal y física a la que se ven expuestos los y las menores en el ámbito deportivo cala en su desarrollo y bienestar, tal y como se denunció el pasado jueves en una jornada celebrada por la Diputación Foral de Bizkaia, y también en el césped, donde, vistan la equipación de jugador o de árbitro, les pueden llover lo mismo insultos que agresiones.

Ane saltó al campo por primera vez con trece años y, a sus veinte, ha vestido la equipación de dos clubes de fútbol bilbainos. “El primer guantazo lo vi estando en cadete, a los 17 años, entre dos jugadoras. Una debió soltar: Me cago en tus muertos y la otra, ¡pumba! Ha pasado más veces, dos jugadoras que se encaran y hay que separarlas. A raíz de eso, empiezan los padres a pelearse y se vuelve una batalla campal. Como el árbitro no meta mano...”, cuenta esta joven, que asegura que alguna vez han tenido que adelantar el final del encuentro. “Viendo la situación los entrenadores dicen: Lo dejamos aquí y ya está”.

Este mismo año, recuerda, presenció una situación similar, cuando la familiar de una jugadora del equipo contrario se metió con una de las compañeras de Ane. “Debió soltar algo y nuestra jugadora se acercó superenfadada para recriminárselo. Mientras lo hacía, la jugadora del otro equipo, al ver que se había dirigido a su familia, apareció por detrás y la pegó. Luego empezó la grada, que estaba caliente, a insultar, fueron el resto de jugadoras, los entrenadores, que alguna vez también la lían... Hubo que separarlas”, relata y confirma que “suelen empezar siempre por la agresión verbal y terminan en la física”.

“Dos jugadoras se encaran, empiezan los padres a pelearse y se vuelve una batalla campal”

Ane - Jugadora en dos clubes bilbainos

En su trayectoria como deportista escolar Ane nunca ha visto la tarjeta negra, con la que se sancionan los comportamientos violentos y antideportivos. “Yo no sé si existe, pensaba que era un mito, si te soy sincera”, comenta, convencida de que el fútbol femenino juega en desventaja. “Los chicos tienen linieres y nosotras solo un árbitro. Yo jamás voy a echar la culpa al árbitro, pero si te ponen a una persona que toma decisiones dudosas, eso genera enfado en las jugadoras y se tensa el ambiente. Si hay una pelea y el árbitro no mete mano a tiempo con tarjetas o lo que sea, termina como termina”, lamenta.

Aunque si el incidente se produce durante el partido, dice, “es verdad que te van a expulsar”, en cuanto pita el final alguno se desentiende. “La situación que he contado fue una vez terminado el partido y el árbitro dijo: Yo me piro de aquí, no quiero problemas y realmente se tendría que haber quedado para que constara en acta”, considera, consciente de que “el fútbol genera mucha agresividad” y a veces arbitran menores de edad que “igual no saben gestionar estas situaciones”.

Por ello, pide que “los árbitros tengan un poco de autoridad” para que la cosa no vaya a mayores. “Al final estás caliente y puede pasar. Hace una semana una me soltó un guantazo porque la estaba agarrando. Le dije: ¿Qué haces? Y me dijo: Lo siento, me ha salido sin querer. Vale, no pasa nada. Pero también hay que saber cogerlo, porque eso se lo sueltas a otra e igual te revienta la cara”.

“Hubo insultos machistas, como ‘Mira que culo tiene esa’, la capitana se lo dijo al árbitro y este contestó que no les hiciera caso”

Ane - Jugadora en dos clubes bilbainos

Además de los comentarios que suelen llover desde la grada, las chicas tienen que soportar ofensas sexistas. “Hubo un partido en el que desde la grada empezaron a decir insultos machistas. Alguna vez sí que te sueltan algún comentario, como ¿Qué hacen chicas jugando a fútbol? o ¿Qué mierda es esta?, pero esa vez fue heavy porque ya se estaban dirigiendo a las jugadoras, que son jóvenes: Mira qué culo tiene esa, cómo le botan las tetas... Nuestra capitana se dirigió al árbitro para que lo cortara y él le dijo que no les hiciera caso, que él ya estaba acostumbrado y que lo mejor era pasar. No hizo nada”, se indigna Ane.

Su equipo perdió el partido “porque al final se meten en tu cabeza y no puedes concentrarte”, lo denunció públicamente y tomó nota para la próxima. “En el momento igual no eres capaz de decir: Yo no juego el partido, pero estábamos en todo nuestro derecho de habernos ido. Hemos decidido todas que si vuelve a pasar algo así, no seguimos jugando”, anuncia.

Ane, jugadora en un club de fútbol bilbaino, chuta el balón en la explanada de San Mamés. Oskar Gonzalez

Contra sus hijos y el árbitro

Algunas personas, aparentemente educadas, mutan al sentarse en una grada. “Hay padres que se meten en el campo y se transforman, empiezan a insultar. Es como cuando se ponen en el volante y dicen: Eh, tú, que no tienes ni idea. Pues en el fútbol pasa lo mismo”, asegura Javi, padre de dos jugadores del Umore Ona.

Y lo dice con conocimiento de causa porque hace poco, ante la ausencia del árbitro y con el visto bueno del otro equipo, se ofreció a pitar un partido. “Lo hice lo mejor que pude, ni a favor de uno ni de otro, y un padre empezó: Árbitro, que eso no es falta. Luego, Árbitro, desgraciado. La última, Árbitro, no tienes ni puta idea. Fui donde él, le enseñé el silbato y le dije: ¿Quieres arbitrar tú? Porque os estoy haciendo un favor. No insultes delante de los niños, que menudo ejemplo les estás dando. Su propio hijo le estaba escuchando. Los padres de su equipo le dijeron que se callara”, relata.

“Hay padres que se meten al campo y se transforman, empiezan a insultar, como en el volante”

Javi - Padre de dos jugadores del Umore Ona

Cuando algún progenitor insulta o protesta desde la grada, dice Javi, “el 80% o el 90% de las veces es sobre el árbitro”. De hecho, explica, “ahora a los árbitros menores de 18 años les han puesto un brazalete blanco para que vean en la grada que es menor y le tengan un poco más de respeto”.

También hay algún padre que, en vez de al entrenador o al árbitro, abronca a su propio hijo. “Eso lo he visto yo en el campo. Pensará el niño: No me dice nada mi entrenador y me lo está diciendo mi padre”, comenta. En el club donde juegan sus hijos, explica, tienen “un coordinador que si ve alguna acción de este tipo, va a hablar con el padre para decirle que se comporte en los partidos. Hubo un caso y dijo: Vale, es que me caliento. Pues intenta no calentarte porque das mal ejemplo para el club”.

Agresiones en las gradas

La madre de un chaval que jugó en un equipo vizcaino también ha conocido a progenitores que “contaminan” el ambiente. “Algunos se creen que sus hijos van a ser Ronaldo o Messi. Déjales que jueguen y el que tenga que llegar llegará.

Por lo menos hacen ejercicio y están juntos. Al final el fútbol es un deporte de equipo, en el que se enseñan valores, compañerismo, disciplina”, argumenta y corrobora que hay “aitas que hasta en fútbol 7 machacan a sus hijos diciéndoles lo que no deben hacer. Ya hay entrenadores”. Por si fuera poco, algunos les presionan “hasta en el patio del colegio, diciéndoles: Que le metas cuerpo, que le des una patada, venga, así no”, les imita.

“Algunos se creen que sus hijos van a ser Ronaldo o Messi, déjales jugar y el que tenga que llegar llegará”

Madre de un jugador - Su hijo ha jugado en dos clubes vizcainos

Los familiares de los jugadores también se pueden ver inmersos en una disputa o ser objeto de agresiones. “En un partido que íbamos ganando con bastante ventaja, hubo una remontada y perdimos. Un padre de nuestro equipo comentó: Pues si han perdido, será porque se lo han merecido. No sé lo que entendería, pero otro aita del mismo equipo le metió un cabezazo. No hubo ni un previo de discutir. Imagínate qué vergüenza, los niños lo vieron, estaban saliendo del campo”, cuenta.

En otro encuentro fue la hermana de un jugador del equipo rival la que perdió las formas. “Nos metieron un gol ya fuera de tiempo y la chavala, de 21 o 22 años, hizo un corte de mangas a nuestra grada y dijo: Jodeos. Un aita dijo: Vaya educación y el padre de la chavala se encaró con él. Se podría haber liado. Si pilla con otro, se habrían matado. Y los niños estaban en el campo. Unos fliparían y otros, si tienen eso en casa... El fútbol no es para eso”, lamenta.