“Tenemos el viento de cola”, afirma Arturo Benito al hablar del momento que vive la inversión de impacto social. Este madrileño de 39 años es el CEO de Impact Bridge, una gestora de fondos que busca en sus operaciones algo más que una rentabilidad económica. “Esta industria está creciendo a niveles del 60% cada año”, añade. Benito, para quien Euskadi es una referencia en este campo por su tradición cooperativista, intervino ayer en una jornada organizada por la Fundación Athletic en la que participaron Iñaki y Nico Williams junto a Ousman Umar. Este emprendedor de origen ghanés, como los futbolistas rojiblancos, lidera la ONG Nasco Feeding Minds, que impulsa la educación digital en aquel país.

¿A qué se dedica exactamente Impact Bridge?

—Somos una gestora de fondos. Nos dedicamos a buscar recursos procedentes de instituciones públicas o privadas que quieran invertir en empresas con impacto social. Y una vez tenemos ese dinero comprometido, canalizamos esos recursos hacia empresas sociales en todo el mundo que estén teniendo un impacto a través de sus operaciones.

¿Cuándo y por qué se inclina por poner en marcha un proyecto de estas características?

—Toda mi carrera profesional había estado centrada en el mundo financiero y siempre había estado, en la parte personal, involucrado con organizaciones sociales. Terminé Ingeniería y me fui a Perú a trabajar con los Jesuitas, después empecé a trabajar en Londres en Morgan Stanley y luego fui a Camboya, donde impulsé unas aulas de informática para niños con discapacidad víctimas de minas. Después volví al sector financiero. Tenía esos dos mundos hasta que descubrí la inversión de impacto, que era una manera de compaginarlos.

Cuando el ciudadano oye hablar de fondos de inversión, se imagina a directivos que solo atienden a cuentas de resultados, a números fríos. ¿Qué diferencia a los fondos de impacto de los tradicionales?

—Buscamos una rentabilidad financiera y también tenemos la intención de generar un impacto social positivo. Para que estas no sean solo bonitas historias debemos aplicar el máximo rigor financiero y buscar proyectos que sean gestionados profesionalmente, pero el propósito es lo que lo cambia. Históricamente ese impacto se ha generado a través del tercer sector y de las fundaciones, pero hoy vemos que, complementariamente, se puede lograr también desde empresas sociales y soluciones de mercado.

Entonces, ¿el dinero también puede tener corazón?

—El dinero es un recurso. El que tiene el dinero tiene corazón y cada vez hay más gente que quiere utilizar sus recursos no solo buscando una rentabilidad, sino también viendo qué es lo que se está financiando con ellos.

¿Resulta complicado aunar la rentabilidad social con la económica?

—Muy complicado. Debes hacer dos análisis: el financiero tradicional, con unos recursos escasos, y el análisis de impacto. Y es bonito encontrar inversiones donde, precisamente por tener el impacto en el centro, el modelo de negocio es más robusto. Son empresas capaces de atraer a un mejor talento, con clientes más fieles y con mejores relaciones con organismos públicos, porque valoran ese impacto.

¿Cuántos proyectos están gestionando actualmente en todo el mundo?

—Tenemos un fondo internacional con el que llevamos casi cinco años y en el que invertimos tanto de forma directa como a través de fondos especializados, con el que podemos abarcar más de 80 países y miles de compañías. Estaba muy bien tener este fondo global, con el que podíamos tener impacto en África subsahariana, en Latinoamérica… Pero también nos preguntábamos cuál es nuestro papel en nuestra comunidad y por ello el año pasado lanzamos otro fondo centrado en España, con un objetivo de 150 milones. Con él podemos ayudar a escalar a empresas sociales muy interesantes. Nuestra primera inversión fue con el Grupo Ilunion, que el año pasado facturó más de mil millones de euros y es la empresa del mundo que más personas con discapacidad contrata. También hemos financiado a Moda Re-, la cooperativa promovida por Cáritas, que es líder de reciclaje de ropa en España. Pero la ropa no es más que un instrumento para integrar a personas vulnerables. La mayor parte de sus empleados son inmigrantes, personas en situación de exclusión, mujeres víctimas de violencia...

¿Cuántos fondos de estas características hay en el Estado español?

—La asociación de economía de impacto en España, SpainNAB, estimaba en su último estudio de 2022 que había 900 millones de euros en 25 fondos de inversión de impacto privados. Es cierto que no es una cantidad tan grande en comparación con otros fondos más tradicionales, pero lo que es impresionante es la tendencia. Esta industria, tanto a nivel nacional como internacional, está creciendo a niveles del 60% cada año. Tenemos el viento de cola y, gracias al esfuerzo de muchas entidades, entre ellas SpainNAB, cada vez hay más inversores interesados.

¿Qué nivel de penetración tiene la inversión de impacto en el tejido económico vasco?

—Muy grande. Aunque la inversión de impacto es muy novedosa, la economía social lleva muchos años funcionando y más aún en Euskadi, utilizando modelos empresariales como el cooperativismo para ofrecer empleo de calidad y tener un fuerte impacto en el territorio. Es una sociedad especialmente sensible y abierta a la economía social por esa tradición. Y también encontramos inversores. Hay ejemplos destacables, como el de la Fundación Anesvad, pionera en invertir sus reservas en tener más impacto. También tenemos organismos públicos como Seed Capital Bizkaia, que lleva tiempo invirtiendo en empresas sociales y, por último, BBK, que desde su fundación está haciendo mucho por construir un ecosistema, impulsando aceleradoras de startups, encuentros…