CON el tiempo, dentro de unos cuantos años, cabe que perdure en la memoria que el Athletic visitó el Metropolitano el 27 de abril de 2024. Será buena señal. Querrá decir que el resultado dio un impulso definitivo a las opciones de clasificación para la Champions, ese territorio reservado a los mejores equipos de Europa. Se recordará porque se trataba del partido clave al hallarse enfrente el rival directo, el Atlético de Madrid, pero únicamente permanecerá grabado si luego el equipo acertó a gestionar adecuadamente las cinco jornadas restantes del campeonato. De lo contrario, se archivará en la sección de las oportunidades perdidas.

Hoy, antes del crucial desplazamiento, la perspectiva de lo que el sábado se pone en juego ha generado una especie de debate sobre si tiene sentido exigir al equipo un marcador favorable. Los síntomas de cansancio o saturación emitidos en San Mamés ante Villarreal y Granada, se esgrimen en la calle y en algún medio como un argumento válido para asumir e incluso justificar que el Athletic pudiera fallar o no dar la medida frente a los colchoneros. Con la Europa League garantizada y el trofeo de Copa en el museo, la condescendencia gana adeptos: los jugadores ya han cumplido con creces, no es cuestión de exprimir más al personal, el balance de la temporada ya supera las previsiones, etc.

Uno piensa justo de manera opuesta. La discrepancia con esta manera de enfocar las cosas se basaría en que el conformismo o la autocomplacencia chocan frontalmente con el espíritu que debe inspirar a un club de élite. Profesionalismo y competitividad son sinónimos. Quizás, uno de los problemas que ha afectado al Athletic en diferentes épocas, por ejemplo, en los años inmediatamente anteriores al actual, haya sido precisamente esa tendencia a abrazar la resignación.

Cierta propensión del propio club a mostrarse excesivamente generoso con proyectos planificados y desarrollados sin altura de miras. Una postura que, por su carácter reiterativo y azuzado por directivas, técnicos y vestuario, acababa por contagiarse al entorno. Hay lo que hay, somos lo que somos, llegamos hasta donde llegamos, esto no da más de sí y una larga serie de disculpas que han contribuido a enlazar campañas discretas, cuando no mediocres.

Por todo ello, cuesta entender que ahora, con el equipo codeándose con los de arriba, haciendo disfrutar al espectador y saliendo campeón de Copa, se baje el listón, se reste importancia a la posibilidad de transitar por una nueva vía hacia el éxito, en concreto el acceso a la Champions League. Este debería el momento de apretar los dientes e intentar agregar otro salto cualitativo al registrado desde el verano. Que no sale bien, pues vale, pero los grandes lo son porque siempre ambicionan más. Mientras el calendario sigue abierto no se echan a dormir, a descansar, a lamerse las heridas de guerra. Después de ganar algo, con mayor motivo, persisten en el empeño, hasta vaciarse.

Es lo que uno quisiera ver en el Athletic. Voluntad y actitud para continuar creciendo porque la experiencia de apurar las posibilidades de picar más alto, que en este caso no son menores, solo revertiría beneficios para el grupo, para unos jugadores que todavía desconocen qué implica desenvolverse en las alturas.

Al margen de que, en el ámbito económico, para la entidad significaría un golpe de timón formidable, un resorte para dejar de depender de una reserva de dinero que está próxima a agotarse. Habría además recursos para diseñar una plantilla más potente, más acorde al reto que conlleva compaginar tres competiciones. En suma, conquistar el Metropolitano merece muchísimo la pena. Sería un gesto de grandeza.