Está al caer el día de las madres y, qué quieren que les diga, el ramito de flores se me queda corto si no se riega a lo largo del calendario con mucho amor. Conozco a algunas que, más que una jornada en su honor, se merecerían un año sabático por su entrega, su coraje, su lucha, su sacrificio y su dolor.

Madres de andar por casa que de un día para otro dejan de existir succionadas por sus bebés. Madres que se desvelan para dar un antitérmico o esperando a que vuelvan de madrugada a casa. Madres trabajadoras, todas lo son, reciban o no un sueldo. Madres que sin tener estudios han aupado a sus hijos hasta la universidad. Madres que aprenden más que los médicos sobre las enfermedades raras de sus hijos. Madres en red o aisladas por la falta de oportunidades. Madres que son maltratadas. Madres de víctimas y de asesinos. Madres que ven crecer a sus hijos en otro país por whatsapp mientras cuidan a las familias de otros. Madres que se sienten culpables por no haber sabido hacerlo mejor. Madres que se quedan sin lágrimas cuando sus hijos se dañan o se quitan la vida. O que temen dejarles huérfanos al recibir un diagnóstico. Madres que crían hijos que no han parido y otras que se vieron obligadas a darlos en adopción. Madres que sacan adelante a sus familias solas. Que no pueden más y se dan por vencidas. Que se caen, se levantan o se arrastran, pero siguen adelante. Va por ellas.

arodriguez@deia.eus