Lo confieso: estas dieciséis monjas subidas al estrellato me han robado el alma. De hacer trufas de chocolate megacalórico han pasado a estar a punto de crear un cisma en toda regla. Algunas amenazan con abandonar la Iglesia Católica; no todas.

Los obispos de la Conferencia Episcopal piden a las hermanas que expresen su postura con plena libertad. De la receta para preparar las deliciosas trufas ni han hablado. A las religiosas clarisas se las ve sonrientes y jacarandosas ellas, como si no hubiesen roto un plato, lo que dedicándose a la cocina, además de rezar y cantar, es harto difícil.

Ya lo cantaba Jeannette, aquella joven de aspecto angelical y aniñado, a la que el mundo la había hecho rebelde por un desengaño amoroso y nadie la quería oír. Canturreaba la solista nacida y criada en Londres, que lo daría todo a cambio de olvidar el rencor y poder cantar y reír. En fin, una declaración comedida para la letra de una canción empalagosa y ñoña. A su lado, las monjas clarisas de Belorado son unas rompedoras, unas auténticas punkies de Camden, barrio que fue la cuna del movimiento en el Reino Unido.

Las clarisas no han endulzado su órdago. Niegan la validez del Concilio Vaticano II, uno de los pilares en los que se ha venido sosteniendo la doctrina de la Iglesia en las últimas cinco décadas. Ahora miran más hacia Trento. Las autoridades religiosas califican a estos grupos negacionistas como sectas. La abadesa del monasterio de Belorado, sor Isabel de la Trinidad, ha respondido con tronío. “Los únicos herejes son ellos”, dice muy flamenca.

Pero, las cosas se han enredado aún más. Las clarisas de Vitoria-Gasteiz han presentado una demanda en los tribunales para conseguir la anulación de la compraventa del monasterio de Orduña a las clarisas de Belorado. Las de Gasteiz no quieren que expandan su rico negocio y dicen que “no se pueden quedar con una propiedad de la Iglesia Católica tras haberse fugado a una secta”.

Ahora bien, el cuadro no estaría completo sin la “obra” de dos rocambolescos personajes: un obispo excomulgado y un barman sacerdote que, parece ser, han calentado los cascos de las hermanas clarisas. Este último, Fran Ceacero, fue presidente de los barmen de Bizkaia, y ahora don José, como se hace llamar, es clérigo de la católica Iglesia Apostólica Romana. El obispo, también parece haber gozado de diversas vidas terrenales. Pablo de Rojas Sánchez-Franco, que así se llama el susodicho, se presenta como duque imperial y cinco veces Grande de España. La verdad es que con esos títulos poco me parece lo de obispo, yo me habría coronado Pontífice, directamente.

El obispo, aficionado a pedir ayudas económicas en cualquier momento y circunstancia, es fundador de la Pía Unión Sancti Pauli. Dicen que se pasea por Bilbao, donde tiene su residencia habitual, con ornamentos episcopales dignos de otra época; es decir, disfrazado de la cabeza a los pies. Yo nunca le he visto, me habría fijado. Pues, el hombre parece ser que se ha presentado a las hermanas clarisas y les ha convencido, especialmente a la abadesa de las herejías de todos los Papas desde Pio XII.

Nacido en la Sierra de Cazorla en Jaén, su abuelo fue Jefe Nacional del Movimiento en aquella provincia. El obispo tiene perfiles en Facebook, Instagram y Twitter y publica cartas pastorales sobre asuntos como el coronavirus. Según afirman algunos medios, en diciembre de 2020 prohibió a sus seguidores vacunarse “bajo pena de pecado mortal”. También se refiere a Francisco Franco como nuestro “invicto caudillo”. Una buena hoja de servicios la de este Grande de España, con propensión a fundar congregaciones un poco antediluvianas.

Con semejante currículum las monjas cautivas lo van a tener difícil para librarse del ilustrísimo obispo. Como Jeanette espero que vuelvan a cantar y reír pronto, y sobre todo que no se olviden de hacer las trufas de chocolate, que esas sí que quitan el rencor. De momento solo las venden por internet. Una pena.